Entendemos por «fobia» al «miedo irreal y desproporcionado que tiene lugar ante estímulos o circunstancias que no deberían provocar reacciones de miedo o, al menos, no en tal medida».
Los miedos resultan, casi siempre y ancestralmente, adaptativos. Así, cuando escuchamos el rugir de un león saltan nuestras alertas, se desencadena un episodio de miedo y nos predisponemos a huir. De otro modo podríamos acabar devorados por este magnífico felino. Si embargo, las fobias no son adaptativas ya que nuestro organismo reacciona como si fuese a huir ante estímulos o circunstancias que no lo requieren.
Las fobias acompañan a la depresión de dos maneras: como síntoma o como secuela. Como síntoma, un aumento en los miedos y las fobias pudieran estar indicándonos una depresión más o menos evidente y como secuela pueden acompañar al paciente incluso una vez superada la depresión. En cualquiera de los casos, las fobias evidencian fallos en los mecanismos de defensa del paciente, lo que puede dar logar, si no lo ha hecho ya, a depresiones de diversa naturaleza.
Fobias y miedos tienen una gran tendencia a generalizarse. De este modo, una persona con fobia a las cucarachas solo sentirá desagrado ante cualquier artrópodo, como una persona con fobia a los perros sentirá pocas simpatías por los gatos. Tampoco alguien con fobia a los periquitos podrá acariciar las plumas de un canario. Por este motivo no existen fobias a rezas o especies sino a clases enteras de animales. En cuanto a las fobias a las cosas, una persona con fobia al ascensor no lo pasará bien tampoco en un avión o la cabina de un teleférico.
Las fobias y los miedos guardan una relación estrecha con la ansiedad y la angustia, que serían el correlato físico y mental de las mismas; es decir, nuestra reacción psicosomática tras el desencadenamiento del episodio fóbico.
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