La sexual es una de las pulsiones más importantes  —algunos autores afirman que la más importante— en la vida de una persona. No nos estamos refiriendo, como pudiera pensarse, al acto sexual stricto sensu, sino a todo lo que conlleva esta compleja pulsión que comienza con el deseo.

La sexualidad humana, a diferencia de la de otros mamíferos superiores, tiene un carácter semiaprendido, esto es: por una parte tiene una componente genética y por la otra requiere de aprendizaje vicario para que tenga lugar. El aprendizaje vicario lo consiguen humanos y otros primates superiores durante la adolescencia viendo, de alguna forma, cómo tiene lugar la relación sexual en congéneres de mayor edad. En el caso de los humanos, naturalmente, también escuchando a los demás hablar de estas cuestiones o bien valiéndose de las tecnologías al uso de nuestra especie.

Este carácter de semiaprendida concede a la sexualidad humana una gran complejidad y el hecho de ser extremadamente sensible a los cambios vitales de la persona. De este modo, la sexualidad va a sufrir alteraciones, en forma de altibajos en el deseo o problemas relacionales, a lo largo de toda su vida y como consecuencia, muchas veces, de determinadas circunstancias como pueden serlo enfermedades diversas.

Es verdad que la sexualidad de cada cual y su forma de vivirla, de sentirla, no representa un parámetro fundamental a la hora de diagnosticar una depresión. Son los cambios que se puedan estar produciendo en dicha sexualidad los que sí deberán ser tenidos en cuenta en el momento de la diagnosis de la depresión. Así, que una persona tenga tendencias sexuales de carácter fetichista o promiscuo significa poco o nada a la hora de evaluar la depresión que cursa. Se trata de opciones que pueden ser disfrutadas sin que impliquen patología alguna, por más que ante la moral de algunos sea una extravagancia. Muy al contrario, si una persona comenzara a practicar fetichismo o promiscuidad sexual (por poner solo dos ejemplos) en el momento inicial de una depresión, el terapeuta deberá tenerlo en cuenta a lo largo de su evaluación diagnóstica.

Pero, ¿cuáles son los cambios en la sexualidad que pueden ayudarnos a diagnosticar una depresión? Los vemos:

  • Aumento o disminución de la frecuencia sexual.
  • Aumento significativo del deseo sexual.
  • Disminución del deseo sexual que puede llegar hasta la inhibición total.  
  • Cambios de diferente naturaleza en los hábitos sexuales.
  • Excentricidades sexuales de diversa naturaleza.
  • Propuestas a la pareja que no han sido practicadas con anterioridad.
  • Egodistonia (disconformidad propia con la manera de sentir o pensar). La persona realiza actos sexuales con los que no están conforme,
  • Sentimientos de culpabilidad post coitum.
  • Tristeza post coitum.
  • Violencia sexual manifiesta. Iniciación al sadismo, masoquismo y la humillación.
  • Promiscuidad manifiesta.
  • Onanismo compulsivo. Masturbación extrema.
  • Aumento o disminución en el consumo de pornografía.
  • Discrepancias importantes en cuanto a la ejecución sexual con la pareja.
  • Otros.

Uno de los aspectos que tendremos que tener en cuenta a la hora de tener presente el comportamiento sexual durante el proceso diagnóstico es el estado de la persona. La frecuencia sexual de una persona adulta soltera, divorciada o viuda suele ser más irregular que la de una persona con pareja más o menos estable. También deberemos ser muy cautos en el caso de los adolescentes, cuyos comportamientos sexuales tienen más que ver con tocamientos y preliminares que con la relación sexual completa. También tendremos presente el consumo de pornografía, su aumento o disminución, y el comportamiento masturbatorio, más frecuente en varones que en jóvenes de sexo femenino.

Determinar si las magnitudes de los cambios observados resultan significativas, a la hora de tenerlas presentes durante una evaluación diagnóstica, corresponde al especialista, siendo el paciente y/o su pareja quienes pueden realizar los registros pertinentes de cara a esta evaluación.

Otra cuestión a tener en cuenta es que lo que para unos puede resultar un comportamiento sexual extremo para otros puede resultar saludable y placentero. Por ejemplo, la sexualidad de una pareja swinger que se intercambia cada semana en un local al uso puede resultar extrema e incluso aberrante para otra pareja. Sin embargo, ningún comportamiento sexual capaz de complacer a la persona o su pareja puede considerarse patológico per se, excepción hecha de algunas parafilias como la coprofilia extrema o la necrofilia.

En lo que se refiere a la homosexualidad, decir que en sí misma no implica una mayor tendencia a la depresión de quienes manifiestan esta tendencia sexual frente a las personas heterosexuales. Sin embargo, aspectos colaterales como la presión social, las costumbres arraigadas en el grupo social, la familia y sus prejuicios y otras presiones pueden determinar una mayor propensión en homosexuales hacia la depresión. Mención especial merece la denominada «homosexualidad egodistónica», es decir: aquella persona que muestra una tendencia homosexual con la que no está conforme y que no se encuentra alineada con su «yo» ideal.

En lo que todos los autores coinciden es en que «una vida sexual saludable, placentera contribuye sobremanera a la deseable profilaxis mental que nos aleja de la depresión».   

Fdo.: Luis Folgado de Torres, psicólogo, divulgador de temas relacionados con la depresión.