La depresión se caracteriza por un estado de ánimo bajo, con tristeza profunda, que se extiende a lo largo de un periodo prolongado de tiempo. Para que pueda diagnosticarse una depresión debemos estar ante un estado continuado y constante de tristeza y no solo atravesar un momento delicado de nuestra vida en el que la tristeza esté presente. La depresión es considerada una enfermedad o trastorno que suele requerir de asistencia profesional si la persona no es capaz de afrontarla debidamente. Es decir, si sus mecanismos de defensa contra la depresión no se han mostrado eficaces.
Además del síntoma principal ya mencionado, la tristeza, la depresión suele cursar con una merma en la actividad social, alteraciones evidentes de comportamiento y cogniciones no adaptativas. A estos cambios en la vida de la persona que padece depresión se pueden sumar otros muchos hasta completar un cuadro depresivo complejo.
Cuando la depresión participa de la mayoría de los síntomas posibles estaríamos hablando de lo que se denomina «depresión mayor» o «depresión clínica», mientras que si solo tienen lugar algunos de los síntomas generales estaríamos ante la denominada «depresión subclínica». Sin embargo, en numerosas ocasiones los síntomas de la depresión son ocultados por manifestaciones conductuales, como la violencia, que enmascaran una depresión de determinada etiología. En tal caso hablamos de «depresión enmascarada».
Como vemos, el diagnóstico de la depresión resulta complejo y solo está al alcance de un especialista con experiencia en su diagnóstico y tratamiento. Además, otras muchas patologías mentales pueden concurrir en paralelo a una depresión, lo que dificulta aún más su diagnóstico.
Tristeza versus depresión:
Hemos hablado, desde el primer momento, de tristeza. Conviene matizar, no obstante, que la tristeza forma parte de la vida y resulta, por lo general, adaptativa. Así, la tristeza contribuye al equilibrio emocional y su regulación. Si un ser humano no es capaz de sentirse triste, difícilmente podrá alcanzar el gozo de la alegría. Por todo ello conviene no alarmarse ante una reacción de tristeza tras un acontecimiento determinado con poder para generarla: la pérdida de un buen empleo, la muerte de un ser querido o suspender un examen importante generan una tristeza adaptativa que será compensada, muy posiblemente, cuando consigamos otro empleo, acojamos a un nuevos ser en nuestra familia o aprobemos ese examen finalmente.
¿Cuándo no estamos ante una depresión?
A menudo, generalmente a instancias de amigos, conocidos o personas que creen saberlo todo, sufrimos un diagnóstico no profesional, llamémosle «de proximidad». Lejos de ayudarnos a luchar contra la depresión podría desvirtuar el concepto y conseguir que, ahora sí, caigamos en una verdadera depresión inducida por nuestras propias creencias. Por este motivo, vamos a establecer cuáles son los límites de la depresión dejando bien claro qué no es una depresión:
- Una depresión no es un estado de tristeza puntual provocado por un acontecimiento determinado. Más bien estaríamos hablando, en este caso, de lo que se conoce popularmente como «depre».
- Depresión no es sinónimo de aburrimiento, bien es verdad que un estado de aburrimiento prolongado puede tener estar en la base de una depresión de diferente etiología.
- Los cambios de humor no son, necesariamente y por sí solos, síntomas de depresión. Los cambios de humor son inherentes a la propia condición humana.
- No estaremos ante una depresión si la tristeza que nos aborda no es intensa ni sobrepasa las dos semanas desde que comenzó a tener lugar.
- Los cambios de humor y bajadas en el ánimo de los adolescentes no tienen que ser considerados, necesariamente, síntomas de depresión. A esta edad, los estados de ánimo (ascendentes y descendentes) se maximizan hasta extremos que pueden llegar a confundir a los progenitores.